GUILLEM CHUST, Responsable de Cambio Climático en Océanos y Costas

Observo atónito como nos apresuramos a predecir y retirarnos del peligro de las olas en el paseo de Donostia, la lava de la Palma, o un huracán en Florida, y a su vez ver nuestra inacción ante el lento pero gradual cambio climático. Es lo que se ha venido en llamar la metáfora de la rana hervida, usada por el mismo Al Gore en su documental “Una verdad incómoda”. Si echamos una rana en un caldero hirviendo, saltará para escapar, pero si el agua está fría y se calienta gradualmente, no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte.

Desafortunadamente para Al Gore, la premisa de la macabra metáfora es falsa, ya que la biología de la termorregulación nos dice que la rana sí saltará antes de morir, si bien es verdad que lo hará habiendo sufrido. Pensemos en los ya miles de refugiados climáticos por inundaciones y sequías. Soy de los optimistas que piensa que podemos evitar problemas mayores antes de que lleguen. Pero los impactos perjudiciales del cambio climático a la sociedad no llegarán gradualmente, sino en forma de eventos extremos, cambios de régimen abruptos, y las fluctuaciones caóticas del clima. Hace décadas que sabemos que un incremento lineal en las condiciones, como por ejemplo el calentamiento del mar, puede comportar cambios de regímenes abruptos en los ecosistemas y su biodiversidad, e incluso nuevos estados cuyo retorno a las condiciones originales requiere un esfuerzo y tiempo mayor. Es lo que se llama el punto de no retorno y que los científicos han establecido en el umbral de 1,5-2º C de calentamiento global, respecto a la era preindustrial. Y ya llevamos 0.99ºC, según indica el informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático publicado este agosto. Más allá de ese umbral de calentamiento, muchas consecuencias son extremadamente difíciles de predecir por el papel que juegan las corrientes oceánicas en la redistribución del calor del planeta. Dicha impredecibilidad es inherente a los sistemas complejos incluido el clima planetario, a cuyo estudio se han dedicado los tres premios Nobel de física de este año.

Más del 90% del exceso de calor debido al calentamiento global de la atmosfera, provocado por la emisión de gases de efecto invernadero, es absorbido por los océanos, y por lo tanto el calentamiento de los océanos es un indicador directo del cambio climático. En el último estudio que hemos publicado sobre el estado la costa vasca y el golfo de Bizkaia , constatamos un cambio de las condiciones climáticas y del ecosistema asociado al cambio climático a partir de los años 80, como es la aceleración del ascenso del nivel del mar, y un calentamiento de la superficie del mar hasta los 100 m de profundidad (0,10-0,25 °C por década) que está repercutiendo en la redistribución de la biodiversidad, favoreciendo las especies marinas propias de aguas calientes y perjudicando las propias de aguas más frías, adelantando la puesta de la anchoa y desplazando el desove hacia el norte del verdel. También el régimen de oleaje extremo ha aumentado en la costa vasca, asociado a vientos más extremos en el golfo de Bizkaia. No sabemos aún si este incremento del oleaje extremal es debido al cambio climático o a su variabilidad, pero Kerry Emanuel fue recientemente premiado en Bilbao por la Fundación BBVA por sus trabajos que demuestran que el calentamiento del mar favorece la dinámica atmosférica, vientos y huracanes. Ahí lo dejo. Y al otro lado de la península, el Mediterráneo se está calentando más deprisa aún a una tasa de 0,35 °C por década.


Del 1 al 12 de noviembre, líderes de todo el mundo se reunirán en Glasgow (Reino Unido) en la cumbre sobre el clima de la ONU, la COP26 (la 26ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), con el propósito de llegar a acuerdos por mantener el calentamiento global en 1,5 ºC en este siglo y el cumplimiento del Acuerdo de París. Esta cumbre se pospuso por la pandemia del COVID. Al parecer no hemos aprendido mucho de este periodo con el virus. La mayor parte de las reuniones de trabajo pueden realizarse de forma telemática, incluso la de la COP26, evitando así gran parte de las emisiones que generan los desplazamientos. Otro elemento contraintuitivo del periodo de la pandemia, a modo de experimento natural, es que, a pesar del parón económico global, la concentración de CO2 sigue aumentando a una velocidad parecida a la anterior al pre-COVID. Después de 1 año y medio de pandemia, aunque las emisiones de CO2 hayan disminuido ligeramente en 2020 según la ONU, ello no parece haber repercutido en absoluto en el incremento de la concentración de CO2 a nivel global que sigue subiendo, como nos indica el laboratorio de la NOAA en el volcán Mauna Loa de la Isla Grande de Hawái.

Otra lección que podemos aprender del periodo de la pandemia es la importancia de la colaboración internacional y los beneficios que aporta. Tanto en la COVID como en el caso del cambio climático, hemos asistido otra vez a las trifulcas por intereses económicos nacionales, sin el consenso que necesitamos. La humanidad debe aprender de la simbiosis entre especies. No es altruismo, sino beneficio mutuo. Espero que nuestra respuesta como sociedad global al cambio climático sea más inteligente que la rana, que ya empieza a estar incómoda, y la COP26 sea una oportunidad de acuerdos y cambios en las políticas de mitigación y adaptación.

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