¡Pero qué caro está todo!
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RAÚL PRELLEZO. Investigador Principal del área de gestión sostenible de AZTI
La inflación, entendida como el aumento generalizado y sostenido de los precios de los bienes y servicios existentes en el mercado durante un determinado período de tiempo, está generando una serie de efectos que distorsionan, o al menos, requieren de una atención mayor a las estadísticas de precios. El sector pesquero, como sector económico, no es ajeno a ello.
Una forma de mostrar la inflación es a través del Índice de Precios al Consumo (IPC). Si bien es importante recalcar que la inflación y el IPC son dos conceptos diferentes ya que el IPC general no incluye por ejemplo los consumos intermedios empresariales, ni las exportaciones, ni esencialmente es una variable macroeconómica. El IPC general selecciona una cesta de consumo concreta y cerrada de bienes y servicios para medir y evaluar los incrementos de los precios, y se suele usar como referencia en las actualizaciones de los salarios.
Cuando se analizan los precios se ha de distinguir entre los precios absolutos y los precios relativos. Y los dos importan. El precio absoluto refleja el valor de un bien o servicio en términos monetarios (en euros). El precio relativo refleja la relación entre dos productos y servicios. Por lo tanto, si generamos un índice de precios de un producto cualquiera y lo comparamos contra el IPC general, estaremos comparando el precio relativo de ese producto contra una cesta de productos representativa.
Para terminar con esta pequeña clase de economía, debemos entender que las variaciones de precios generan efectos renta y sustitución. Simplificando, un efecto renta, es la variación en la cantidad demandada debido a una pérdida de poder adquisitivo (que a su vez genera efectos en los precios) mientras que el efecto sustitución es la variación de la cantidad demandada cuando los precios relativos se alteran.
Un caso específico, pero de enorme interés es el del pescado fresco y el de la merluza en particular. Según datos del INE, el pescado fresco ha visto aumentar su precio en este último año (desde Julio de 2021, cuando empezó este episodio inflacionista en España, hasta noviembre de 2022) un 8%, con picos del 11.5% si lo comparamos el mes de julio de este año. Los factores son diversos, pero efectos como el incremento del turismo nacional e internacional en el año 2022 y los costes de extracción, distribución y comercialización del pescado, comparado con el 2021 tiene mucho que ver en esto. Sin embargo, a la vez que el precio del pescado subía, el IPC general marcaba valores no vistos en décadas.
El precio de pescado fresco, y según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), ha aumentado casi un 8.5% desde el Julio del año 2021 hasta agosto de 2022, un valor similar al de la carne de cerdo, pero bastante por debajo de la carne de pollo (17%), o la de vaca (15%). Dicho de otra forma, si bien el precio absoluto del pescado ha aumentado, su precio relativo respecto a otras proteínas ha disminuido.
Si nos centramos en una única especie como es la merluza, y utilizando datos de EUMOFA su precio absoluto ha crecido un 7%, disminuyendo su consumo un 15%. Esto viene ha decir que en general el efecto renta en nuestra selección de proteínas es superior al efecto sustitución. Este análisis es importante ya que, aunque intuitivamente digamos que hemos “sustituido” el pescado por el pollo, el matiz está en que esto lo hemos hecho por que la renta disponible para la compra ha disminuido y optamos por proteínas de menor precio absoluto, aunque su precio relativo haya aumentado.
Podemos darle una vuelta adicional y compararlo con el conjunto de una cesta de la compra representativa, y cuya variación de precios nos la marca el IPC general. Así, la merluza y nuevamente en términos relativos vuelve a tener un precio menor que hace un año. En concreto y según datos de EUMOFA, 63 céntimos de euro por kilo. Dicho de otra forma, pescando y vendiendo hoy una tonelada de merluza, se pueden comprar menos bienes y servicios del resto de la economía que hace un año.
Podemos enmarcar todo este juego de números en un entorno más global, atendiendo a que toda la cadena de valor del sector primario, y el pescado fresco en particular, está sufriendo de un aumento de los costes de producción. Así, como ejemplo, podemos poner el aumento del precio del combustible de los barcos pesqueros. Nuevamente me refiero a datos de EUMOFA, para afirmar que en general el precio de combustible se ha más que doblado, y que incluso con la subvención de 20 céntimos de euro por litro, en el último año, el precio del combustible que usa la flota pesquera hoy es un 84% superior al de hace un año. Como vemos, las diferencias en precios absolutos entre los costes (o un parte de los costes, aunque muy importante) y los precios es de un orden de magnitud pocas veces visto en las estadísticas pesqueras. Y efectivamente, esa diferencia se traslada a la cuenta de resultados de las empresas. En este sentido es muy difícil particularizar ya que la cartera de capturas, ventas, cadena de distribución, y costes operativos, varia de barco a barco. Sin embargo, si nos permite generalizar, y es que tal y como proyecta el informe económico de la flota pesquera del Comité Científico, Técnico y Económico de Pesca (STECF, por sus siglas en inglés), el año 2022 va a ser en el que por primera vez en la serie histórica (desde el año 2008), el conjunto de la flota pesquera de la UE presente resultados económicos negativos.
Resumo, diciendo que efectivamente todo está muy caro, pero que unas cosas más que otras, y esto tiene sus efectos en un sector como el pesquero. El caso de la merluza (y de otros pescados frescos) es paradigmático. En la etiqueta vemos un precio más alto que hace un año, pero este precio, es menor, relativamente, a otras proteínas, y al conjunto de la cesta de bienes y servicios representados para construir el IPC.
Este artículo apareció por primera vez en el número de enero de Industrias Pesqueras.