Cambio climático y la tragedia de los comunes
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ADOLFO URIARTE. Director de Valor. AZTI
Hablamos de cambio, hablamos de incertidumbre, hablamos de oportunidad… ¿Es nuestra estructura social tan rígida que hemos perdido toda flexibilidad de adaptación? ¿Por qué sigue primando el beneficio de unos pocos frente al bien común? ¿Es la tragedia de los comunes, como postulaba Hardin, el desencadenante de todo?
Vayamos por partes. El modelo económico actual parece ser el causante de gran parte de nuestros problemas ambientales. El crecimiento económico tiene como base teórica el alza de los estándares de calidad de vida de la población. Sin embargo, olvidamos que todo crecimiento en la naturaleza tiene un límite. Alcanzado este, debemos entender que lo único que puede hacer pervivir el sistema es una gestión inteligente y equilibrada del recurso (algunos lo llaman sostenible), no una gestión de su demanda. Limitar su uso, aprovecharlo eficientemente no desperdiciando nada y buscando alternativas a los desechos, es hoy por hoy la mejor alternativa que conocemos.
El poder está en manos de muy pocos, en todos los sectores se tiende a la concentración. Las grandes corporaciones fagocitan cada día más y más empresas con el único fin de dominar los mercados en los que actúan. Lo sabemos todos, pero nadie hace nada por impedirlo, es más, nadie puede hacer nada por impedirlo.
Por último, la tragedia de los bienes comunes, que no es otra cosa que lo que vivimos día a día cuando un recurso compartido y común a todos, es agotado o destruido por unos pocos, solo por un interés personal y cortoplacista. Bajo el lema de “si no lo hago yo vendrá otro y lo hará” desdeñan el daño que están causando al resto, incluso a ellos mismos.
Aunque algunos autores piensen que es demasiado simplista, yo comparto la idea de Hardin, el ser humano es cortoplacista, su propio instinto de supervivencia está vinculado al corto, no hay beneficio en pensar en el futuro cuando nuestro paso por el planeta es tan efímero. Acumula todo lo que puedas en el menor periodo de tiempo y el que venga detrás que espabile.
Ahora nos enfrentamos a un reto de unas proporciones hasta ahora desconocidas. Hay suficientes evidencias como para, al menos, estar muy alerta, y comenzar cuanto antes a desarrollar alternativas que mitiguen el calentamiento del planeta. Ya ha ocurrido en tiempos geológicos. No sabemos con precisión si fue al mismo ritmo que el actual, pero si sabemos que cambios drásticos en las condiciones de nuestra atmósfera no dan tiempo a las especies a adaptarse y estas desaparecen. El cambio de modelo energético está sobre la mesa, fiarlo a 2040 o 2050 puede ser demasiado tarde.
Pero además de la contaminación de nuestra atmósfera, también hablamos de contaminación de nuestros océanos, vertederos históricos de nuestros residuos. Hoy es la contaminación por plásticos lo que está de moda, pero estos son solo la punta del iceberg del maltrato que hacemos de los ecosistemas marinos. En realidad, estos plásticos son solo las cicatrices del daño infligido, detrás está algo mucho peor: contaminación por metales pesados, compuestos orgánicos, pesticidas… y, ahora también, medicamentos. Lamentablemente el ahorro y por ende la ganancia de unos pocos, de nuevo, está detrás de mucho de lo que está pasando.
Hoy hablamos de servicios de los ecosistemas, si no mantenemos los ecosistemas sanos y saludables, los servicios que aportan en forma de recursos vivos como la pesca o procesos depurativos de la atmósfera, como la captación de CO2 por el plancton marino, se verán mermados poniendo en peligro nuestra propia supervivencia. Cuando hablamos de que cada vez se necesita más proteína de origen marino, para alimentar a una población mundial creciendo a un ritmo exponencial, o cuando cada vez emitimos más CO2 a la atmósfera, deberíamos valorar también la capacidad de resiliencia de los ecosistemas. Ya hemos estirado demasiado la goma, toca relajarla.
Pero olvidémonos de horizontes de predicción si ello asusta y paraliza, tenemos una oportunidad de revertir el ritmo actual de deterioro general del planeta, pero también de aprovechar la coyuntura. Frente a un modelo energético para nosotros de total dependencia, podemos pasar a otro en el que juguemos un papel más protagonista.
La oportunidad está ahí, a la vuelta de la esquina, no tenemos recursos de combustibles fósiles, pero tenemos sol, viento y mar, mucho mar. Avancemos en la transición energética apostando por la investigación y desarrollo en tecnologías de energía verde, de su almacenamiento y de procedimientos que aseguren la sostenibilidad de los ecosistemas y por ende del desarrollo de nuestra civilización en armonía con el planeta.